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Sobre los desaparecidos del Nacional Vicente López

45 años: la justicia tiene la palabra


Escribe: Oscar Edelstein*

Listado de asesinados por la dictadura cívico-militar

Gerardo Szerzon (15 años)

Leonora Zimmermann (16 años)

Leticia Veraldi (17 años)

Eduardo Muñiz (17 años)

Pablo Fernandez Meijide (17 años)

María Zimmermann (18 años)

Liliana Caimi (18 años, embarazada de 5 meses)

Mientras esperamos las sentencias de la megacausa Campo de Mayo que tiene en uno de sus episodios a los estudiantes secundarios del Nacional Vicente López, las tareas por la Memoria sigue recorriendo espacios diversos.


El alegato de la fiscala Gabriela Sosti ha escrito un capítulo de nuestra historia en varios sentidos. Los más evidentes se traducen en una de sus frases, una de las tantas que nos han interpelado, cuando recuerda que hace 45 años esperamos un poco de justicia. Nada más, ni nada menos.


Pero todo amerita ponderar que se llegó a una presentación judicial cuando no todas las víctimas de la dictadura pueden alcanzar esta elemental meta, y que no siempre pueden ser juzgados todos los crímenes atroces cometidos por los genocidas. Es espeluznante recordar que no podemos pedir condena por los asesinatos de Eduardo Muñiz, Leonora y María Zimmermann, y Liliana Caimi. Qué no sabemos si el embarazo de Liliana llegó a termino. Qué en la mayoría de los casos sólo podemos pedir pena para el máximo responsable, Santiago Omar Riveros.


La condena sobre la figura de homicidio agravado si pudo pedirse contra Carlos Javier Tamini, Carlos Eduardo José Somoza, Hugo Miguel Castagno Monge y Carlos Francisco Villanova. Su víctima, Pablo Fernández Meijide. Y ello ha sido posible gracias a la acumulación de testigos presenciales, tanto en el momento de su secuestro en su hogar, como su presencia en el campito, acreditado por varios sobrevivientes y su ‘traslado’, narrado por Cacho Scarpatti, sobreviviente y fugado de la represión mientras estaba detenido desaparecido.


La historia de los secundarios


El alegato de la fiscala también sirvió para consolidar una serie de argumentos que tuvieron origen en los mismos años de la dictadura. El principal, el que linkea a la represión en el ’76 con la toma del ’73. ‘Es por la toma’ fue una expresión recordada durante 10, 20, 30 años después de los secuestros y desapariciones entre los estudiantes y amigos.

Indudablemente ‘la toma de la escuela’ marcó a una generación de chicos chicos, aquellos que estaban por ese entonces en primero y segundo año.


El espacio político que se inició fue el de la breve experiencia de los centros de estudiantes y la creación de agrupaciones políticas estudiantiles. Naturalmente los centros de estudiantes ‘legales’ se organizaron en todos los colegios, pero la militancia política no floreció en todos lados.


Pero lo que en términos temporales es casi efímero, para la sociabilidad de los jóvenes constituía un universo que solo es comprensible para quienes examinan esos años juveniles como iniciáticos a la vida plena, autónoma. Es decir, un momento único. Por supuesto que la sociedad ofrecía otros rituales iniciáticos, no todos de la mano de la militancia política. La juventud estaba en el centro de una construcción social y sobre ella se desplegó tanto la vida política como el mercado, la cultura y también el Estado.

Por otra parte, en términos históricos, las tomas, tanto de escuelas como de universidades, de fábricas como de dependencias estatales, fue un rasgo socio-político de la primavera camporista. No deberíamos olvidar ese dato.


Y tal vez percibir como la dinámica de la movilización de los secundarios estuvo tan estrechamente asociada a la dinámica de las movilizaciones sociales de esa época. El ciclo que nos interesa reconstruir es tanto el del ‘72-73 y como el del ’75. Son los ciclos de la lucha, contra ‘la dictadura’ (1966-1973), y del Rodrigazo (1975).


Hay aquí un espacio en blanco, que no está cubierto por los relatos de las memorias de los compañeros que sobrevivieron a la represión, casi todos ellos exiliados. Ese relato se organiza en el momento de cierre: ‘a fines del ’75 dejamos de militar, ya no participábamos más de la Juventud Guevarista’. Y en el antes, en acciones de propaganda, como pintadas y panfleteadas, cada vez más riesgosas, pero ello es un hacia fuera de la escuela, no tenemos muchos indicios acerca de la actividad política estudiantil de ese año seminal en la memoria de los secundarios del país, asociada a la movilizaciones por el boleto estudiantil.



Vale la pena entonces retomar un poco más en detalle ese año en particular, en todo caso, no para ligarlo en un causa- consecuencia con la represión, como puede aparecer en el relato de La noche de los lápices, ya tan revisado y revisitado, sino para sumar elementos de análisis al momento de ‘cierre’, al inicio de la desmovilización de este grupo de militantes.


Efectivamente, los meses de junio y julio de 1975 fueron de una intensa movilización obrera contra el Rodrigazo, estructurados en torno a coordinadoras interfabriles y que culminó con una crisis de gobierno, iniciado con un paro de la CGT y la renuncia de ministros. En ese movimiento de ministros, asume el 11 de agosto Pedro José Arrighi en Educación, lo que implicaba un desplazamiento aun más derechista del área, al que este funcionario le suma una perspectiva clerical. Las reacciones sectoriales del movimiento estudiantil universitario y secundario se estructuran en torno al pedido de renuncia de este ministro.


Aquí comienzan las acciones de las coordinadoras regionales de los centros de estudiantes secundarias, una de ellas la platense. Pero es necesario recuperar que el movimiento estudiantil secundario era más amplio geográficamente, sumando núcleos de movilización en Rosario y Buenos Aires.


Antes de la famosa movilización al Ministerio de Obras Publicas se realizaron dos grandes actividades en La Plata, una encabezada por las escuelas técnicas, que tenían como reivindicación especifica el medio boleto estudiantil, y concentración frente al concejo deliberante platense y una Jornada de Agitación, el 22 de agosto, a un año del asesinato de Eduardo Beckerman, dirigente de la UES.


Finalmente el 5 de septiembre se produjo la marcha sobre el MOP, violentamente reprimida, pero que tuvo como resultado la obtención del medio boleto estudiantil en las líneas de colectivos de La Plata, Berisso y Ensenada.

Las movilizaciones en Rosario culminaron el 26 de septiembre, al que sumaron el reclamo por el boleto, la demanda de la libre agremiación estudiantil y el cese de la represión.


Sin embargo la crisis política tuvo un giro entre uno y otro momento, ya que el 13 de septiembre la presidenta Isabel Perón tomó una licencia sin plazos determinados y asumió el presidente del Senado, Ítalo Luder. Isabel retorna al gobierno finalmente el 17 de octubre, en el marco de una extensa operación política para que no reasuma y con una ruptura dentro del justicialismo, entre verticalistas y antiverticalistas.


Seis días después, el 23 de octubre, 3000 estudiantes secundarios manifestaron frente al Congreso Nacional, convocados por la Coordinadora de Centros de Estudiantes de la Capital Federal, y con adhesión de escuelas y coordinadoras del Gran Buenos Aires. La lista de reclamos era aún más extensa que las anteriores: la renuncia de Arrighi, el cese de la represión (amonestaciones y expulsiones), la libre agremiación y el reconocimiento de los centros de estudiantes, la reincorporación de los expulsados, entre ellos los del Nacional Buenos Aires, la derogación del convenio BID- Conet y el medio boleto estudiantil. Los estudiantes pudieron entregar un petitorio al secretario del Diputado Héctor Portero (PI, APR) y reclamaron por la libertad del dirigente secundario Claudio Slemelson.


Faltaba muy pocos días para el fin del ciclo lectivo, con la consiguiente desarticulación del espacio social que permitía el accionar de la militancia secundaria, las clases, y para los primeros días del ciclo escolar del ’76 el golpe de Estado impuso la clausura de toda forma de actividad política.


Pero antes que se produjera ese intermedio, que pronto se reveló más prolongado que lo que la dinámica del calendario escolar suponía, el ministro cerró las actividades para el quinto año de los secundarios anticipadamente. Y una oleada de festejos y protestas al mismo tiempo, llenó el centro de la ciudad, rápidamente reprimidos por la policía. Los secundarios abandonaron así el espacio público por largos años.


La Memoria de los Secundarios desaparecidos.

No existen memorias en disputa, en el sentido de primacías de algunos desparecidos sobre otros. Sin embargo algunas víctimas del genocidio han superado el ámbito privado, o el laboral o estudiantil, y se han convertido en iconos de un colectivo más amplio, incluso símbolo de una etapa de construcción de la memoria a nivel nacional. Ese es el caso de La Noche de los Lápices.


El proceso de construcción de la memoria de los estudiantes secundarios del Nacional Vicente López tiene ciertos puntos de contacto, pero también ciertas particularidades que lo diferencian de ese caso.


Dos documentos iluminan este recorrido en la transición democrática. Por una parte, una publicación del Cels del año 1982, ‘Adolescentes detenidos – desaparecidos’ y por el otro, el informe de la Conadep, el ‘Nunca Mas’, en su capítulo ‘Adolescentes’. Por una circunstancia realmente arbitraria en ambos documentos intervienen directa o indirectamente personas vinculadas a los desparecidos del Vicente López. Noemí Labrune, en el caso del Cels y Graciela Fernández Meijide, en la Conadep. Noemí fue quien dio refugio a Leticia Veraldi en Cipoletti y fue ahí donde la secuestraron unos meses después del 23 de octubre, el 4 julio del 77. Sobre Graciela, madre de Pablo, la relación siempre fue evidente. De tal manera que en ambos escritos se puede colegir que a pesar de corresponder a una etapa temprana en la investigación sobre los crímenes de la dictadura, existían nexos que articulaban la información de lo sucedido en la escuela. No fue el caso de La noche de los lápices. Aunque como veremos, la información sobre el secuestro de un grupo de estudiantes secundarios en La Plata está consignada en el documento del Cels, recién comienza a denominarse así con el testimonio de Pablo Díaz en la Conadep.


El texto del Cels fue concebido como folleto que integra una ‘serie’, cuyo objetivo fue ‘dar a conocer a la opinión publica’ algunos aspectos del sistema represivo aplicado por el gobierno de las Fuerzas Armadas desde el 24 de marzo de 1976. Es innegable que los autores eligieron un lenguaje neutro, capaz de romper el aún persistente consenso sobre la dictadura, por lo menos en su argumentación sobre la necesidad de ‘poner orden’ frente al ‘accionar demencial de la subversión’. Sistema represivo, en lugar de Terrorismo de Estado o genocidio. Gobierno de las Fuerzas Armadas, en lugar de dictadura cívico-militar.



El Nunca Más se presenta como un informe basado en testimonios y documentos sobre los desaparecidos. Aclara que en ningún momento ello implicó desconocer el accionar del ‘terrorismo’, ni a sus víctimas, pero, explica, las víctimas del terrorismo fueron asesinadas, no están desaparecidas.


Es una selección de casos, a los califica como ‘ilustrativos’, no descarta que falten otros casos también significativos o que hubiera errores, pero la información publicada está basada en documentación testimonial y escrita.


Comparativamente la información recopilada y publicada por el Cels es más abundante para el caso de Vicente López que sobre La Plata. En diversas partes del texto se transcriben testimonios sobre la desaparición de varios de los estudiantes y sobre la persecución sobre todo un grupo de estudiantes. Los casos relatados no son todas la víctimas del colegio, faltaron mencionar Liliana Caimi y Gerardo Szerzon, quienes también integraron el mismo grupo de la Juventud Guevarista. Esta militancia orgánica no aparece en los testimonios, pero si una actividad política estudiantil. Se lo presenta en relación con la Toma del ’73.


En el caso de La Plata, el testimonio publicado es el de la familia Ungaro. Relata la lucha por el boleto estudiantil, pero no la UES. Menciona el secuestro de 16 estudiantes secundarios, pero no la denomina La Noche de los Lápices, ni menciona los nombres de todas las víctimas.


Para el capítulo de ‘adolescentes’ de la Conadep, La Noche de los Lápices se constituye en un caso. Cada uno de los siete estudiantes desparecidos son mencionados con su propio legajo. Explica que ‘formaban parte de un grupo total de 16 jóvenes, entre 14 y 18 años de edad, que habían tomado partido de una campaña pro boleto escolar.’ Se menciona que hubo tres sobrevivientes, sin explicitar nombres, aunque luego trata el testimonio de Pablo Díaz, uno de los sobrevivientes que compartió cautiverio con varios de los desaparecidos.


Paradójicamente el caso del Vicente López no aparece en el informe y el testimonio de Enrique Fernández Meijide se publica bajo el título de ‘Recuerdo de un padre’. Poco antes, en el documental Nunca Más emitido por la televisión, Fernández Meijide ensaya esta misma argumentación: el espacio familiar, privado, paterno, violentado. No menciona el operativo sobre los estudiantes del Colegio Nacional Vicente López.

Naturalmente la dimensión que tuvo el Nunca Más frente a la opinión pública, junto con el testimonio de Pablo Díaz en el Juicio a las Juntas y la publicación del libro y la película La Noche de los Lápices, se ensambló con los últimos fervores de la primavera democrática y tuvo enormes repercusiones sociales.

Será paradójicamente en el ciclo que se inicia con los levantamientos carapintada y las leyes de impunidad cuándo se sancione en 1988 una ley provincial que estableció el 16 de septiembre como el ‘Día de los derechos de los estudiantes Secundarios’.

Sobre esta normativa y su modificatoria en 1997, es en donde queremos enfocar ahora nuestro análisis


Como ya ha sido señalado por Sandra Raggio, ambas iniciativas fueron impulsados por los bloques legislativos de la provincia que estaban en ese momento en la oposición al gobierno provincial. En 1988, la iniciativa provino del radicalismo y el gobernador era Cafiero. En 1997, provino del Frepaso y el gobernador era Duhalde.


En ambos momentos aparece involucrado alguna figura que estuvo ligada al movimiento de derechos humanos y con especial vínculo con los desaparecidos del Vicente López. En el ‘88 fue Horacio Ravena uno de los firmantes del proyecto y en el ‘97 Graciela Fernández Meijide era la principal figura de la Alianza para la provincia de Buenos Aires.


Ambos vienen a la escuela para los primeros actos de memoria en democracia, entre el 84 y el 86. Además Ravena era presidente del comité Radical de Vicente López.

Fue en ese ámbito, los actos de memoria organizados por el Centro de Estudiantes Secundarios del Nacional Vicente López en donde se constituyó el hito simbólico del 23 de octubre y en donde los estudiantes recopilaron la primera lista de desaparecidos del colegio.


El único registro que encontramos de estos actos es una nota publicada en Lo Nuestro el 31 de octubre de 1986. La foto que ilustra esta nota, justamente, es la de Meijide y Ravena exponiendo en un panel en la escuela.


Y cuando el radicalismo presenta el proyecto para declarar el 16 de septiembre como el día de los derechos de los estudiantes secundarios, entre los fundamentos nombra y recuerda a los desaparecidos del Vicente López junto a los de La Plata.

En el 98, por iniciativa del Frepaso, la normativa es mejorada en muchos aspectos, dando por ejemplo un rol activo a los estudiantes en la organización de la jornada conmemorativa. Pero en este caso, la mención a los desaparecidos del Vicente López se borra de los fundamentos.


Es indudable que la memoria de los desaparecidos del Vicente López había quedado en los ’90 contenida en espacios casi privados, apenas insinuado en los pasillos y rumores de la escuela, y la fecha del 23 de octubre ya no involucraba ninguna acción de memoria. También es indudable que desde 1995, con la activación de los nuevos movimientos sociales contra el neoliberalismo, el movimiento de derechos humanos volvía a ocupar las calles masivamente en su lucha contra la impunidad. Y los secundarios con el 16 de septiembre como bandera.


Pero aún así, en vez de recuperar al conjunto de las víctimas del movimiento estudiantil secundario, la fundamentación del Frepaso sólo se basa en las repercusiones que el libro de María Seoane y la película de Héctor Olivera habían generado en algunos sectores de los estudiantes.


Sobre estas construcciones de memoria y muchas veces con estas limitantes que la misma legislación establece, 30 años después se rearticuló el espacio de memoria del 23 de octubre y hoy se espera, por fin, que la megacausa de Campo de Mayo termine con una condena.


*Oscar Edelstein: Periodista, docente, vecino de Vicente López


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