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"Me he propuesto no tener piedad con los despiadados"

La destrucción del monumento del periodista, escritor e historiador, Osvaldo Bayer, es apenas una muestra más de la violencia institucional.

Como quien emula prácticas nazistas, topadoras de Vialidad Nacional en pleno plan de destrucción del monumento que recuerda al escritor.


Columna de opinión: José "Pepe" Armaleo


El titulo de esta nota pertenece al propio Bayer: “mi falta de piedad con los asesinos, con los verdugos que actúan desde el poder se reduce a descubrirlos, dejarlos desnudos ante la historia y la sociedad y reivindicar de alguna manera a los de abajo, a los humillados y ofendidos, a los que en todas las épocas salieron a la calle a dar sus gritos de protesta y fueron masacrados, tratados como delincuentes, torturados, robados, tirados en alguna fosa común”. Desde este lugar de la trinchera, está humilde reflexión:


El desagravio no alcanza. No basta con reponer un monumento demolido ni con denunciar la afrenta en discursos o redes sociales. Porque lo que está en marcha es un ataque sistemático contra la memoria, la historia y el pensamiento crítico. No es un hecho aislado ni un exabrupto de funcionarios menores. Es parte de una lógica de destrucción, una guerra cultural que se libra con el mismo ímpetu con el que se demuelen símbolos y se reescriben relatos.


El caso del monumento a Osvaldo Bayer es apenas una muestra más. La violencia institucional, amparada y promovida por un Estado que se dice "libertario", crece con la impunidad de quienes creen haber ganado el derecho a borrar la memoria y refundar la nación a su imagen y semejanza. Pero esta refundación no es otra cosa que la reinstauración de un modelo de exclusión, persecución y disciplinamiento social, a cuenta de ello, y sólo a título de ejemplo, viene la brutal represión a los jubilados. El huevo de la serpiente está eclosionando y sus crías ya recorren las instituciones con la furia de los conversos.


La demolición del monumento en Río Gallegos tiene el mismo significado que los discursos negacionistas del 24 de marzo, la misma raíz que la represión a trabajadores, la censura a voces disidentes y la persecución judicial a opositores. Es la misma violencia que justifica el empobrecimiento como "sinceramiento económico" y la entrega de soberanía como "apertura de mercado". Es la misma lógica que permite que un presidente desconozca la historia del país que gobierna, pero sepa de memoria las doctrinas ultraconservadoras que lo inspiran.


El problema es que esta violencia no se detiene. Se retroalimenta con cada gesto de impunidad, con cada paso atrás de la resistencia, o la pasividad de una oposición que no sale de su zona de confort, con cada concesión que se le hace en nombre de la gobernabilidad. No es una estrategia improvisada ni un simple exceso de furia. Es un proyecto que tiene raíces profundas en la historia argentina y que, como en otras épocas, busca consolidarse con la represión de cualquier vestigio de organización y protesta.


La pregunta ya no es si este modelo puede sostenerse económicamente o si la crisis lo acorralará. La pregunta es hasta dónde está dispuesto a llegar en su deriva autoritaria. Y la respuesta, lamentablemente, parece ser que aún no hemos visto lo peor.


“La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia y la soberanía no se entrega”.


Por José “Pepe” Armaleo: Militante, Abogado, Magister en Derechos Humanos, integrante del Centro de Estudios de la realidad política y social Argentina Arturo Sampay, Zona Norte.

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