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La Argentina en el peor momento de la historia democrática

  • Foto del escritor: Editorial Tobel
    Editorial Tobel
  • hace 2 horas
  • 4 Min. de lectura

En un contexto de crisis profunda, donde la democracia se vacía de contenido y el Estado se desmantela en nombre del mercado, esta nota propone una reflexión urgente sobre el rumbo del país. Recuperar el sentido colectivo, la ternura militante y la identidad cultural como herramientas para reconstruir una sociedad justa, libre y soberana.


Columna de Opinión

Por: José "Pepe" Armaleo*


No estamos simplemente frente a un ajuste, una crisis económica o un cambio de rumbo político. Lo que ocurre en la Argentina es más profundo: una mutación estructural del sistema democrático, que conserva sus rituales formales pero ha perdido contenido popular, soberanía y sentido de comunidad. Una democracia desfondada, sin pueblo, sin proyecto, sin futuro.


En nombre de una supuesta “libertad de mercado”, se legitima el desmantelamiento del Estado, la precarización de la vida cotidiana y la mercantilización de la educación, la salud, los recursos naturales, la cultura y hasta de los afectos. Este proceso vacía lo público y transforma al ciudadano en cliente, al trabajador en un ser descartable y al jubilado en un estorbo.


La situación de los jóvenes en un mercado laboral precario


A los jóvenes, en este contexto, se los presenta como meros consumidores en un mercado laboral cada vez más precario, donde sus aspiraciones y talentos son subestimados. Se los empuja a una competencia feroz por oportunidades limitadas, mientras se los despoja de la posibilidad de construir un futuro estable. En lugar de ser valorados como promotores del cambio y el progreso, se los trata como piezas desechables en una máquina que prioriza la eficiencia sobre el bienestar. Esta deshumanización no sólo afecta su desarrollo personal y profesional, sino que también socava la capacidad de la sociedad para innovar y avanzar.


Lo más engañoso de esta dinámica es cómo ha evolucionado la explotación: antes, la opresión era claramente del hombre por el hombre, pero ahora el propio sujeto se convierte en su propio explotador. Bajo el disfraz de la "eficiencia", se nos hace creer que si no triunfamos es por falta de esfuerzo, como si el Estado no tuviera responsabilidad alguna. Esta narrativa individualista ignora las estructuras desiguales y plantea una lucha desigual, comparable a poner a pelear a un peso pluma contra un peso pesado. La auto-explotación se convierte en un mecanismo de control que perpetúa la desigualdad.


La fractura del proyecto colectivo de país


Pero lo más grave es la fractura de un proyecto colectivo de país. Es como si nos estuviéramos dejando morir antes de morir. Como si una parte de la sociedad hubiera perdido toda esperanza, rindiéndose en lo más íntimo, renunciando no sólo a pelear por un presente más justo, sino también al deseo de dejar un mundo mejor a nuestros hijos y nietos. Se nos está apagando el impulso vital que alguna vez nos empujó a construir, a luchar, a soñar.


La Argentina como laboratorio de posdemocracia


La Argentina se convierte así en un laboratorio de posdemocracia, un ensayo general de un nuevo orden en el que el voto funciona como coartada, y la legalidad como pantalla para una entrega institucional sofisticada. Una entrega impulsada por las élites y aceptada, con distintas dosis de convicción, resignación o engaño, por amplios sectores sociales.


Esta entrega tiene varios nombres: vaciamiento institucional consentido, porque las estructuras del Estado se desmontan sin resistencia; colonialismo interior, porque la lógica de la dependencia se reproduce desde adentro; transición a la antipatria, porque lo común es sustituido por intereses privados. El resultado es un país sometido al capital financiero, sin margen para decidir, sin destino colectivo.


Las soluciones están en casa: nuestra identidad cultural como motor de cambio


Pero las soluciones no están afuera. No necesitamos buscar en las grandes potencias, ni en los modelos impuestos desde fuera. Las soluciones están dentro de nosotros, en nuestra identidad cultural. Nuestro pueblo es una síntesis de resistencia, de trabajo, de lucha, de solidaridad. La fuerza para reconstruir un proyecto colectivo está en nuestras raíces, en la memoria de los que nos precedieron, en la cultura que nos une y nos da sentido. Si volvemos a reconocer esa identidad, seremos capaces de recuperar el rumbo y revertir este proceso de vaciamiento. No hace falta ir lejos para encontrar las respuestas: están aquí, en nuestro ser como comunidad, en nuestra historia y en el deseo de un futuro mejor para todos.


El llamado a la acción colectiva


Frente a este escenario, no basta con la indignación. No alcanza con que los dirigentes salgan de su zona de confort. Es imperativo reconstruir sentido, comunidad y soberanía. Recuperar el rol del Estado como garante de derechos y no como gestor de negocios. Pero antes de cualquier acción, lo primero es tomar conciencia. Si no sabemos dónde estamos parados, no podremos determinar hacia dónde queremos ir. La toma de conciencia es el primer paso hacia la acción colectiva.


Recuperar la ternura militante y la mística colectiva


Hace falta recuperar las riendas de nuestro destino y, sobre todo, recuperar la ternura política y la mística militante: esa energía vital que nos recuerda que el otro no es un enemigo, sino alguien con quien compartir destino. Que la patria es el otro, sí, pero también es futuro, memoria, afecto y resistencia.


No estamos ante una crisis más: estamos ante un cambio de época. Pero no hay época que no pueda ser discutida, resistida, revertida y mejorada si hay voluntad política, conciencia histórica y amor por el pueblo. Como decía Galeano, “la ternura es subversiva cuando se niega a aceptar como normal lo que debería ser inaceptable”.


Es con esa ternura militante que debemos recuperar la fuerza colectiva para enfrentar la deshumanización y la desesperanza, sabiendo que la verdadera lucha no es sólo contra el poder, sino por la construcción de una sociedad más justa, libre y soberana.


Pero no hay cambio posible si antes no cambiamos individualmente, si no tomamos conciencia de porqué llegamos aquí y si finalmente dejamos de soñar y transformamos los sueños en objetivos comunitarios.


“La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia y la soberanía no se entrega”.

 

*José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, y con la colaboración de los Dres. Antonio Edgardo Carabio y Juan Fermín Lahitte, y Miguel "Tano" Armaleo, todos integrantes del Centro Arturo Sampay.

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