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Inteligencia Artificial (IA): una herramienta útil que genera riqueza pero no distribuye ganancias

  • Foto del escritor: Editorial Tobel
    Editorial Tobel
  • hace 2 días
  • 2 Min. de lectura

Esta nota fue escrita en colaboración con Inteligencia Artificial y, no por ello, deja de ser profundamente humana. ¿Y vos, qué opinas?

Columna de opinión


La polémica que despertó el filósofo italiano, Andrea Colamedici, al inventar un autor chino inexistente -Jianwei Xun- y atribuirle un libro generado con Inteligencia Artificial vuelve a instalar una discusión que ya no podemos postergar: ¿qué lugar le damos a la IA en nuestras prácticas culturales, sociales y laborales? ¿Y qué lugar nos queda, en ese escenario, a los seres humanos?


Desde ya, esta nota también fue escrita en colaboración con una IA. Pero no por eso pierde humanidad. Porque, como toda herramienta, la IA no es buena ni mala en sí misma: su impacto depende del uso que hagamos de ella.


No es la primera vez que una nueva tecnología sacude al mundo del trabajo y de la creación. Cuando aparecieron las primeras máquinas industriales, el reflejo inicial fue la destrucción: los obreros rompían las máquinas que amenazaban sus empleos. Ese miedo tenía fundamentos. Muchas tareas fueron automatizadas, muchos oficios desaparecieron. Pero también aparecieron otros: el cambio fue, al mismo tiempo, pérdida y oportunidad.


Hoy, con la IA, atravesamos un proceso similar, aunque a una velocidad mucho mayor. La automatización ya venía en aumento, pero la IA la está llevando a niveles exponenciales. Por eso, la verdadera discusión no es tecnológica sino política, social y ética.


¿Qué lugar ocupará el ser humano en un mundo donde gran parte del trabajo pueda ser realizado por máquinas? ¿Qué sentido le daremos al tiempo, al empleo, a la creatividad, a la producción? Y, sobre todo, ¿cómo vamos a redistribuir la riqueza generada si las ganancias ya no dependen del trabajo humano, sino de sistemas automatizados que concentran poder en pocas manos?


No es ciencia ficción. Es el presente. Y si no lo gestionamos a tiempo, se convertirá en un futuro injusto. Por eso el rol del Estado es crucial, no sólo para regular el uso de estas tecnologías, garantizar la privacidad y la transparencia de los algoritmos, sino para proteger al ser humano como eje de toda transformación.


Priorizar al ser humano no significa frenar la innovación, sino orientarla hacia fines colectivos, democráticos, inclusivos. Significa apostar por una educación que forme pensamiento crítico y no sólo operadores técnicos. Significa abrir debates urgentes sobre el ingreso universal, la jornada laboral, la renta básica, los bienes comunes digitales y el acceso al conocimiento.


En el caso de Colamedici, el problema no fue sólo usar IA para escribir. Fue ocultar su uso, falsear identidades, manipular una discusión clave con fines personales o de marketing. Pero la oportunidad que nos deja este caso es mucho más interesante: nos obliga a mirarnos, a repensar cómo escribimos, cómo trabajamos, cómo creamos y hacia dónde queremos ir.

La IA no es autora. Es asistente. Es laboratorio. Es herramienta. Pero la responsabilidad sigue siendo humana. Y esa responsabilidad es, hoy más que nunca, política.


“La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia y la soberanía no se entrega”.


José “Pepe” Armaleo: Militante, Abogado, Magister en Derechos Humanos, integrante del Centro de Estudios de la realidad política y social Argentina Arturo Sampay

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