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En Argentina ¿sobran boludos?

Sólo así, tal vez, se comprendan no pocos interrogantes sobre el triunfo de la brutalidad, montado en la intolerancia y autoritarismo, que irrumpió en el poder institucional. Boludos actuando en superficie y un poder real moviendo las marionetas.

Foto (REUTERS/Agustin Marcarian)


Por: Tano Armaleo.- Cuántas veces en reuniones, charlas de amigos, encuentros profesionales ha surgido preguntarse, ante actos individuales o colectivos, hasta dónde puede llegar la boludez humana. Boludez tomada como síntoma de aquel que se cree sumamente vivo, pícaro, ventajista, cuando en realidad es un ignorante de aquellos. Son boludos, brutos, que dicen manejar y controlar las contingencias con solvencia profesional. Están convencidos, como dueños de la pelota, que son buenos jugadores.


Si bien toda la vida hubo boludos, brutos, intolerantes y autoritarios, el drama es que ahora ganan elecciones. Llegan al poder formal mientras el poder real lo manejan y diseñan un par de pillos. En el barrio les dicen, a estos pillos, HDP que sólo adoran al dios dinero, sin reparar en costos sociales.


En Argentina ¿sobran boludos?. Sí, obviamente. Millones que se educan y cursan diariamente a través de celulares y pantallas de PC bajo la tutela del gran maestro: “el profe algoritmo”. En esta nueva universidad de la vida, las redes, todo está permitido. No hay límite a la brutalidad.


Argentina tiene tantos boludos que un fiscal de la nación, a bordo de una retroexcavadora, removió campos en la Patagonia en busca de un PBI. Millones de boludos siguieron los movimientos de la retroexcavadora a través de las pantallas. El PBI nunca apareció. No satisfechos, los HDP, esos que ejercen el poder real, mandaron a romper paredes y abrir cajas fuertes para hallar el PBI que se habían robado.


Si esta boludez resultó una verdadera novela de ciencia ficción, que tuvo a millones de boludos entretenidos mientras el país era rifado al FMI vía endeudamiento (47 mil millones de dólares) y los tarifazos del 3.000 % destruían industrias y comercios, no menos felinesco resultó el libreto de que las vacunas contra el COVID eran veneno. A todo esto, los y las boludas marcharon a Plaza de Mayo objetando el veneno, mientras millones de personas eran vacunadas y atendidas gracias a las manos del Estado. Otras, más que boludas, malos bichos que se mueven a impulso del poder real, optaron por llevar la boludez (el envenenamiento) a los Tribunales.


La boludez ha llegado a tal nivel “académico” y de masividad que hasta el suicidio del vidrioso fiscal Alberto Nisman, que muchos consideran corrupto e incompetente, fue presentado como un crimen perfecto. Aún hoy día insisten con dicho relato.


Más cercanas en el tiempo, las boludeces no dejan de sorprender y cautivar millones de conciencias. Cómo no mencionar que un boludo importante, intolerante, autoritario y con poder limitado dijo que salvó al país de una inflación del 17.000%. Semejante boludez fue desestimada hasta por economistas que comulgan el mismo credo que el falso profeta. No obstante, millones de boludos creen que esto fue así.


Un boludo, bruto consuetudinario, que ve comunistas controlando el FMI o que el Papa es una suerte de demonio socialista. También asegura que Raúl Alfonsín fue un fracasado. El manual de boludeces, en ese falso profeta de cartón manipulado por el poder real, resulta interminable y, en algún punto, tedioso recordarlo. Llevaría decenas y decenas de páginas.


La boludez, la brutalidad que hoy es la cara visible del país, no salió de un repollo. Ganó, sumó boludos que nada objetan y todo toleran, odio inclusive.


Se podría argumentar que factores sociales y económicos contribuyeron a que la brutalidad ganara una elección. Sin embargo, gracias a esta boludez que rige el mundo, millones de argentinos compraron, a libro cerrado, que el país era el infierno más temido. Argentina no era, ciertamente, un jolgorio de bienestar, pero mucho menos un infierno.


Sólo bajo un alto grado de boludez social, brutalidad para ser precisos, pudo haber llegado un tipo como quien se considera una suerte de enviado del cielo.


Si quienes cargan boludez y brutalidad sobre sus hombros no encuentran quien los despabile, seguramente la intolerancia y autoritarismo continuarán gozando de buena salud. Mientras tanto, ese minúsculo círculo rojo, el poder real, continuará manejando los resortes del poder a expensas de la destrucción de la producción y el trabajo nacional.


Lo harán frente a una dirigencia política opositora que, en algunos casos, hace política por X, otros permanecen en silencio, y el resto continúa en un lugar de confort. Paralelamente, militantes políticos y sociales se reúnen y van construyendo, tibiamente, un horizonte a modo de ir despabilando, pero, sobre todo, lograr, a partir de un proyecto claro y preciso, recuperar el valor de la palabra. Hacer de la política una herramienta que garantice grandeza y felicidad en el pueblo. La brutalidad promete “destruir el Estado” que, a la luz de los acontecimientos, lo está logrando mientras millones de boludos asumen esto con absoluta naturalidad al punto tal de creer que éste es el único camino. Les sacan sus ahorros en dólares, lo eyectan del trabajo, se le hace imposible pagar tarifas, se quedan sin medicamentos y, aún así, sostienen que “hay que esperar”.

La derrota cultural del denominado progresismo frente al modelo que abraza la brutalidad, es mayúscula. De ahí la importancia en dar debate con los que piensan muy distinto. Porque, lo peor que puede suceder es creerse dueño de la pelota.


En tanto, la cotidianidad está marcada por promesas incumplidas, bolsillos que día a día enflaquecen y tarifas imposibles de pagar, despidos de trabajadores y cierres de fabricas, sumado a una fuerte pelea entre los hermanos Milei con Victoria Villarruel que no hace más que alimentar la bronca social en contra del presidente. Un presidente que ha comenzado a descender en materia de confianza y expectativa social.

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