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El  país, la Zona Norte amaneció con la Memoria en las calles

  • Foto del escritor: Editorial Tobel
    Editorial Tobel
  • 24 mar
  • 2 Min. de lectura

El denominado siluetazo continúa generando conciencia sobre el horror iniciado un 24 de marzo de 1976.

 

A 49 años del golpe cívico-militar que se cargó sueños y vidas de 30.000 personas, el denominado siluetazo que ganó todas las calles del país, Zona Norte incluida, vuelve a poner combustible a la antorcha de la conciencia nacional.

Calles y avenidas fueron cubiertas con el nombre y apellido de aquellas personas -30.000- que la dictadura secuestró y las convirtió en desaparecidos, A otros cientos más los arrojaron -adormecidos con medicamentos y luego de grandes torturas- a las aguas del Río de la Plata. Tal el caso del “Negrito Avellaneda, un niño (Floreal) de 15 años, vecino de Vicente López. Botas ensangrentadas ingresaron al hogar de la familia Avellaneda en Munro. En el domicilio secuestraron al padre, delegado gremial de Tensa. También se cargaron al hijo de tan sólo 15 años, “por las dudas” decía esta banda de asesinos. Asesinos que no dudaron en secuestrar y apropiarse de criaturas. También de dinero y propiedades de los secuestrados.


Una dictadura cívico-militar que al objeto de instaurar un régimen neoliberal, necesitó acallar el rechazo y toda expresión popular, y las voces de una dirigencia que se oponía.


Pasaron 49 años de aquel horror. Existe un gobierno democráticamente elegido, sin embargo, el negacionismo y abonar que aquello “era necesario” persiste. Persiste, evidentemente, en la conciencia de nazis formados ideológicamente al calor de aquel régimen y en nuevas generaciones que naturalizan lo que fue el proceso militar.


Muchos de estos hombres y mujeres de 30/40 años cuentan con la deformación cultural de medios de comunicación y de marcos educativos cómplices de la dictadura. Y, en estos momentos, de un gobierno que considera a la violencia institucional como parte de una natural alquimia política: aplica la teoría amigo-enemigo. Son hombres y mujeres colonizados que no ven en aquellos crímenes de lesa humanidad un verdadero horror. Se asemejan a gobernantes y ciudadanos de a pie que, aún hoy día, niegan el nazismo, el fascismo y todo régimen de opresión y autoritarismo institucional. 


Por eso, cuando las calles se cubren con siluetas resulta una creativa y pacífica manera de alertar e interpelar a una población que prefiere vivir sin comprender el pasado.


Los países serios que se precian de democráticos no niegan estos horrores cometidos desde el Estado. Museos, calles, centros culturales actúan como faros que ponen claridad a la hora de hurgar en el pasado para no volver a cometer los mismos horrores. Son pueblos, ciudadanos de a pie que transitan la vida por una senda distante del odio y venganza. Hacen culto a la Memoria, Verdad y Justicia. No hay otro camino.

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