La pobreza duele, ¿de verdad?
Un problema estructural que generó 18 millones de empobrecidos en un país donde sobran alimentos y dinero.
Por. Tano Armaleo.-La pobreza duele. ¿De verdad duele?, ¿A quiénes? Lo primero que habría que destacar es que, producto de la pandemia la pobreza se disparó al 40,9%. Es decir, cerca de 18 millones de personas, con nombre y apellido, la están pasando muy mal. Veníamos (2019) con un índice de pobreza del 35,6%; alarmante. Si no fuera por las medidas tomadas por el gobierno, entre otras IFE, ATP, destinadas a sostener el andamiaje social y al sector industrial, hoy tendríamos 2,7 millones más de pobres y 4,6 millones de indigentes más. Es evidente que la pandemia vino a agravar la crisis. Sin embargo, dar vuelta la historia, dejar a tras décadas y décadas de pobreza estructural, requiere mucho más que medidas coyunturales.
Argentina tiene una pobreza estructural que ciertamente no es casual. Más bien es causal. Nadie elige ser pobre. Millones nacen en la pobreza, y nunca logran salir de ese circuito infernal al cual lo han condenado. Hay diversos factores que contribuyen a que millones de personas nunca logren salir de este estado al cual fueron confinados. Pero sobre todo, hay modelos políticos que derivan en medidas económicas que terminan sumando más pobres. Se podría decir, en los tiempos que corre, que la derecha neoliberal es la principal causante. Está comprobado -en el mundo- que la mentad teoría del derrame al igual que el bendito mercado que "todo lo soluciona" viene generando más excluidos y peor distribución de la riqueza, en definitiva, más pobreza.
Pero también se podría decir que los modelos de neto corte nacional, inclusivo y solidario, no han sido suficiente y eficaces a la hora de terminar con la pobreza. No, no, eso de “pobreza cero” fue una bravuconada e irrespetuosidad del ex presidente que, bajo su nimia mirada creía que esto era un simple trámite. Lo único que logró fue generar más pobreza y desocupación.
Si la única verdad es la realidad, lo concreto es que tanto el modelo de la derecha neoliberal, como el inclusivo y solidario no han cambiado radicalmente el cuadro de pobreza. Mientras la derecha endeuda y antierra en paìs el populismo sale el rescate.Asì y todo la pobrez estructural persiste.
La historia demuestra que en tiempos en que Juan Domingo Perón gobernaba -en todos su mandatos-, la pobreza tenía índices insignificantes medidos en términos estadísticos. También la distribución salarial llegó a ser de las más justa e igualitaria que registra la historia. Fue magia, no. Hubo una férrea decisión política en plasmar un país más justo. Tampoco se podrá desconocer que otros gobierno de neto corte popular, intentaron y lograron, algunos de ellos, bajar nos niveles de pobreza. Tal el caso de Néstor Kirchner. O el propio Alfonsín que intentó, pero las presiones de las grandes corporaciones económicas y mediáticas sumadas a yerros políticos, terminaron por socavar el poder institucional.
Ahora, pareciera repetirse la historia. Los amigos del mercado, los de las manos invisibles,y visible también, alentados por el “mercado desinformativo”, reclaman devaluación, cambio de ministros, y de ser posible de gobierno. No andan con chiquitas. Lo que menos les interesa es la pobreza. En su voracidad por seguir acumulando a expensas de quienes se empobrecen, no ponen reparos a la hora de atacar la institucionalidad.
Enfrentar esta embestida desde la “calentura”, saliendo a ver quién la tiene más larga, ya sabemos cómo termina. Mientras tanto la pobreza persiste. Y no alcanza con el asistencialismo, con planes sociales para reducir drásticamente la pobreza. No, eso no es Justicia Social, es administrar pobreza. Volvamos a los ejemplos de nuestra historia: Perón demostró que se puede y debe terminar con la pobreza estructural. Claro que esto no fue gratuito; golpes de estado, y muertes.
Cambiar las reglas de juego implica que los que hoy gozan de privilegios deberán deponer un poco, un poco de estos, si de verdad se quieren luchar contra esos esquemas que empobrecen. Nadie que goza de un privilegio, quiere ceder beneficio para materializar una sociedad más inclusiva y solidaria. Desde la toma de la Bastilla, a la fecha, las rebeliones populares han marcado hitos relevantes, pero a la luz de los acontecimientos, no han sido factor suficiente para consolidar un mundo más equitativo. La voracidad del capitalismo, hoy volcado a una extremidad financiera y especulativa apabullante, difícilmente pueda ser doblegada desde la sublevación popular. Da la sensación de que se requiere una alquimia más integradora. Superadora de la lucha callejera a la cual esos factores de poder parecen alentar desde sus usinas mediáticas. Estos sectores han logrado tal poder, en todo el mundo, que ya no recurren a los fusiles para coronar presidentes y modelo. Tienen votos. Ganaron una batalla cultural imporante, como es la colonización de la subjetividad. Si hasta algunos castigados y condenados a la pobreza y al cierre de sus comercios, terminan votando a sus verdugos.
Tal vez habrá llegado el momento de que para salir de la pobreza extrem,a a la cual están condenados más de 18 millones de personas en la Argentina, el gobierno tome la iniciativa de concretar claras políticas de Estado de largo alcance que involucre y comprometa a la mayor cantidad de actores. ¿No habrá llegado el momento de sentar a la oposición, a productores de alimentos, a sindicatos, sectores religiosos, empresarios de energía, por caso, para consensuar un modelo sustentable que trascienda a un gobierno si de verdad se quiere cambiar las reglas de juego que ha generado tanta pobreza y exclusión?. De no ser así, el enfrentamiento que alientan los factores de poder, podría terminar como en viejos capítulos de nuestra historia.
En un país donde sobra alimentos, sobra dinero, sí dinero (acá y los depositados en guaridas fiscales), es inadmisible que tengamos 18 millones de personas sufriendo.
Si la política es la resolución de interés pensando siempre en lograr la felicidad y grandeza del pueblo, apostar a la persuasión y al dialogo franco, Alberto Fernández (Frente de Todos), verdadero cultor de esas cuestiones, deberá como conductor, comenzar a desplegar una agenda a fin de convocar y definir, leyes mediante, reglas de Estado que hagan un país sustentable y distante de un capitalismo voraz.
Tal vez, por lo menos para quien esto escribe, renunciar al dialogo, a la persuasión, principios básicos de la conducción política, sería apostar a lo que pretenden sectores de la oposición: dividir, agrietar, y violentar a pueblo. Se sabe que del otro lado del mostrador hay miserables y avaros, que todo lo quieren. No obstante, lo que no se puede es renunciar a la lucha por consolidar una patria justa, libre y soberana. Solo que esta (la lucha) hoy requiere de una metodología más refinada e inteligente que la planteada en otros tiempos.