Director
Miguel Armaleo
Así empezamos
Nacimos en un momento más que difícil para la Argentina. Las balas surgidas de los fusiles de la dictadura militar ya se habían cobrado miles de muertos y sembrado el terror en toda la nación. Junto a las muertes y el miedo, los argentinos comenzamos a incorporar muy lentamente a nuestro lenguaje cotidiano la palabra Desaparecido. Con los años se convirtió en una cuestión que ya nadie podría soslayar de la triste realidad. Semejante “atropello y barbarie“ emanada del denominado proceso militar, no tenía otro fin que la implementación de un plan económico de profunda raigambre neoliberal.
Para llevar a cabo el modelo -que no hacía más que comenzar el camino de la exclusión y marginalidad social y el desmantelamiento de nuestra industria nacional-, el Proceso Militar reclutó a cientos de civiles que le sirvieron de cómplices. Y en esa saga de complicidades y genuflexiones también ingresaron parte de las empresas periodísticas y muchos “profesionales”: los “Bernarditos” y los “Marianitos”. En el orden zonal, un sector del periodismo también sucumbió ante la tentación del poder de turno. Y aún lo siguen haciendo.
Lo Nuestro, desde el periodismo, fue la contracara de esa realidad. El compromiso profesional nos llevó indefectiblemente a ser testigos de las cuestiones cotidianas. Decir y contar lo que otros callaban era nuestro principio rector. Y por eso pagamos nuestro precio. Sin lugar a dudas, fuimos mucho más afortunados que cientos de colegas periodistas que pagaron con su vida el buscar la verdad. Pero no zafamos de las “visitas” de los uniformados. A pocos meses de salir, fuimos “invitados” a subir a un camión militar que nos llevó a lo que había sido la casa de Perón en Vicente López. Allí, en la calle Gaspar Campos -donde funcionaba, luego de haber sido ocupada ilegalmente, obviamente, un centro de operaciones militares-, un tal capitán Vacaro nos hizo las “recomendaciones del caso”. Y como esto no siempre funcionaba, cada tanto venían los “muchachos de los servicios”, con el diario marcado en aquellas notas no muy recomendables, para ellos, claro está.
Con escasos 22 años de edad, los que dimos vida a Lo Nuestro salimos al ruedo a ganar un espacio periodístico. Sólo cargábamos en nuestra mochila el diploma de periodistas, la pasión y las tremendas ganas de contar la realidad y lo que otros medios de aquel entonces venían callando. Simplemente intentábamos ser como aquellas aves que aguijonean hasta lograr el objetivo: en este caso la verdad.
Al igual que ayer, seguimos apostando a la verdad antes que a la primicia. Porque si la verdad daña o no está basada en la honestidad informativa, de poco y nada sirve.
Así nacimos. En medio de ese fárrago de contradicciones, miedos, censura, autocensura, terror, muertes y depresión económica. Tal vez demasiado jóvenes -tiernos si se prefiere- para enfrentar semejante responsabilidad. No tuvimos un punto de apoyo en el periodismo regional, en el cual nos reflejáramos. Pagamos nuestro precio. Cometimos nuestros yerros. Pero nunca nos apartamos del camino: ser, en primer término, honestos antes que objetivos en el tratamiento de la noticia.
Afortunadamente, ahora las nuevas expresiones periodísticas logran tener parámetros, puntos de apoyo. Actualmente el marco democrático facilita la labor profesional .
Pasaron 30 años, y como muchos colegas sostienen, hay un antes y un después en el periodismo regional tras la aparición de Lo Nuestro. Fuimos el primer medio de prensa regional en zona norte. Anteriormente, el periodismo gráfico se circunscribía a un solo, en el mejor de los casos dos, municipios. Rompiendo esa tradición, Lo Nuestro ganó la calle de una manera distinta. A la calidad profesional le agregamos una cantidad de ejemplares antes nunca vista. También hicimos mucho hincapié en la distribución gratuita. En otras épocas muchos periódicos se vendían, pero con la irrupción de Lo Nuestro se debieron entregar gratuitamente a los vecinos. Nos constituimos en los precursores de la distribución gratuita en grandes negocios y supermercados. Un éxito que, con el correr del tiempo, imitaron otros colegas.
Para Lo Nuestro, el derecho a estar informado no podía ser un privilegio. Con la gratuidad lográbamos igualar. Demostramos que se podía crecer sin necesidad de poner un precio de tapa. Se podía crecer sin necesidad de sucumbir a las presiones de los poderes de turno. Se podía crecer a partir de la profesionalidad y la honestidad intelectual. Nunca nos consideramos los mejores, simplemente fuimos y somos distintos al resto.
Entendimos que el mañana sería mejor que el hoy, si detrás había una rica historia por contar y en la cual muchos se pudieran reflejar.
Lo Nuestro por dentro
Parafraseando el refrán popular, bien podríamos decir que por las páginas de Lo Nuestro han pasado muchas plumas. Pasaron los bohemios, los profesionales formales, y los informales. Y los corteses. Los de uno y otro tinte ideológico. Los cultores del mate, y del tinto. Y todos bajo una misma consigna: compartir un espacio pluralista dentro del periodismo.
Cuando Miguel Angel Armaleo y Claudio Leveroni, con apenas 21 años a cuestas y recién egresados del Círculo de la Prensa -plena dictadura militar y censura periodística a todo vapor- deciden dar forma a un proyecto de periodismo independiente, no faltaron los que apostaron al fracaso. Se cansaron de poner piedras en el camino. Sin embargo, no se amilanaron. Se jugaron por un periodismo regional distinto, capaz de reflejar lo que otros venían callando.
En esta larga saga de 25 años, mucho tuvieron que ver aquellos que desde sus inicios acompañaron el proyecto periodístico.
Cómo olvidar al colega y amigo Daniel Vilches, que con su parsimonia y tranquilidad ponía unas gotas de bálsamo en los momentos más críticos: los cierres de edición. Tras su paso por Lo Nuestro, Vilches pobló con su talento la redacción del diario Popular. Luego armó su propio medio gráfico.
Y cómo olvidar a Oscar Gañete Blasco. Con más años de edad y profesionalidad, Oscar siempre supo dar un consejo en el momento justo. Fue un gran tutor en los comienzos de Lo Nuestro. Hace muchos años que no está entre nosotros, pero nos dejó un bagaje importante de profesionalidad y sobre todo, muchísimo afecto en nuestro corazón.
Con años de oficio, Fernando “Pato” Galmarini, otro gran compañero y amigo, le puso a Lo Nuestro una impronta especial en la sección política. Fue solidario en una época donde la solidaridad escaseaba. Junto a él compartimos la etapa más difícil del periodismo: la de la dictadura militar. Y cómo olvidar a Mabel Barbas. Informal como ella sola pero rigurosamente profesional cuando la labor así lo exigía. Una gran “mina”, gran laburadora, gran profesional, y particularmente muy leal. Hoy ocupa un importante cargo periodístico en el Estado.
¡Y del flaco César Rodríguez Lima! Qué buen profesional. Trabajó en medios nacionales, fue conductor de programas radiales en la Zona Norte y director de medios gráficos. Y qué decir de Aníbal Matuli, un excelente colaborador, pero sobre todo un tipazo, de esos que no se empardan. Puntilloso y puntual si los hay. Fue un destacado periodista de internacionales en el diario El Cronista Comercial.
O cómo olvidar al amigo Eduardo Vilarnovo. Junto a él compartimos momentos muy jugosos del periodismo regional. Condimentó con su pluma muchas de las páginas de Lo Nuestro. María Ligia Vich, una mujer con mayúsculas, que logró rescatar ricas historias zonales del arcón de los recuerdos. Y también el fino estilo y talento de la periodista Marcela Stiben, que prestigió la redacción de Lo Nuestro.
Un capítulo especial escribió Gustavo Campana. Fue más que un colaborador. Se jugó y puso todo lo que había que poner cuando las circunstancias así lo exigían. Fue y es un profesional de gran porte. No en vano, hoy es parte estable de importantes medios nacionales.
Si la bohemia tiene nombre y apellido, Jorge Roo escribió el suyo en Lo Nuestro. Fue de esas personas inigualables por su calidad humana y profesional. ¡Cuánta capacidad y facilidad para redactar!. En él todo se veía más simple y sencillo. No burdo. Muy por el contrario, era un exquisito de las letras. Un lujo de periodista y de amigo.
En la construcción de Lo Nuestro, Luis Retori también puso sus ladrillos. Fue de los pocos que entregaba su nota a tiempo y en forma. Después de su paso por La Nación, armó su propia empresa editorial.
Y qué decir de Oscar Demarchi, otro de los tantos que comprendieron con inteligencia cómo transmitir el mensaje del nuevo periodismo regional que proponía Lo Nuestro. Sobre esta misma línea de trabajo se situaba Silvia Ortega. Además de su calidad profesional, supo poner la calidez humana cuando las circunstancias así lo requerían. Con los años, se incorporan Liliana Podestá, Julio Céliz y Augusto Telias. Cada uno de ellos, con su profesionalidad a cuestas, supieron agregarle a Lo Nuestro, fuertes bocanandas de oxígeno. Fundamental a la hora de seguir creciendo y mejorando. Hoy Liliana, Julio y Augusto ponen su particular pluma y mirada en medios nacionales: Pronto, La Nación y Canal 11, respectivamente, disfrutan de la impronta de ellos.
Cómo no recordar a Tomás Rosado y a Aníbal Lima, en quienes recayó la gran responsabilidad de retratar las primeras imágenes fotográficas. Imposible olvidar al amigo Alejandro Vros. Fotógrafo que nunca dijo no a una nota. Su alta profesionalidad lo llevó a recalar en el New York Times. Y si de fotógrafos hablamos, cómo no recordar a Leonardo Winhaus, o al “Maestro” Oscar “Mingo” Volpini, que aín sigue acompañándonos. O a Juan Medina, que con su sonrisa imborrable y su permanente buena onda nos acompañó en innumerables notas. Alejado del foco desde hace unos años, Medina encauzó su mirada sobre cuestiones más complejas y concretas. Se puso al frente de diversas actividades sociales con jóvenes en situaciones de riesgo.
Otro que dejó su sello por esta redacción fue Claudio “Piñu” Negrete, un “tipazo” por donde se lo mire. Su rigurosidad y seriedad profesional lo llevó a transitar diversas redacciones y dirigir medios nacionales. Y qué decir del amigo Claudio Leveroni. Hoy es un importante columnista de Radio Nacional. Si bien no está entre nosotros en forma diaria, sigue ligado en los afectos. Con él soñamos y dimos forma a esta “criatura”; compartimos momentos y circunstancias trascendentes dentro de nuestras vidas.
Son muchos los que dejaron sus huellas. Cada uno aportando lo suyo. Lo Nuestro no fue más que un medio, una suerte de escuela, donde cada uno supo rescatar -en estos 30 años- el latido de una zona que estaba en las tinieblas en el plano informativo. Respetando la libertad de prensa y de pensamiento, hicimos de Lo Nuestro un medio creíble y respetado. No hicimos más que decir lo que otros venían callando.